sábado, 10 de mayo de 2008

Espejos de la memoria 7- Amélie Nothomb:

'El hambre soy yo'
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"Soy una gran fetichista del chocolate y puedo comer
cantidades monstruosas. Ni siquiera hace falta que sea bueno".
Amélie Nothomb
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...La primera vez que leí a la escritora belga Amélie Nothomb fue por casualidad. Recuerdo que era la novela Metafísica de los tubos (Anagrama. 2001), ya de entrada el título me parecía pedante, me imaginaba un rollo existencial inaguantable, para colmo, ¡ojo! En la tapa, había un cintillo que ponen las editoriales a manera de promo, en la que rezaba: que había recibido un premio del público, ufff, más miedo aún, ya que coincidir con el gran público es peligroso a veces… pensad en los tochos de libros que ahora se venden como churros que hablan de conspiraciones, catedrales y no sé qué más historias, pero, cuál sería mi sorpresa que el libro comienza a engancharme. Nothomb apuesta en su mayoría por los tintes autobiográficos y lo hace de una manera extraordinaria, llegando a retratar el ego infantil como nadie. Solo he leído 4 de sus 9 novelas que han sido traducidas al español, ya que me lo tomo con calma, son breves, digeribles con rapidez y ciertamente divertidas.
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Imágen de la utora a manera de samurai. .
Su grafomanía no llega a la de Aira pero no es nada despreciable: tres libros escribe por año de los que solo, publica uno, computando hasta ahora unos 58 escritos. Según dice, escribe 4 horas diarias y lee unas 4 más luego, su avidez del mundo queda descrita muy bien en sus novelas, reflejada en el apetito, que no es más que deseo por el alimento material o inmaterial. Biografía del hambre (Anagrama, 2006) así lo constata. El hambre es el hilo conductor de su autobiográfica narración, salpicada siempre por pasajes interesantes referentes a los lugares en los que ha vivido (su padre era diplomático), nacida en Japón, país en el que reside hasta tempranísima edad, luego se mudan a Pekín, Bangladesh, Nueva York…
En 1999 publica Estupor y temblores (Anagrama, 2004) quien recibiera el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa en 1999, y que más adelante fuera llevada al cine por Alain Corneau (2003). En esta brevísima novela, la autora relata su paso por una empresa multinacional en Tokio, impresionante descripción de la cultura nipona contemporánea, llena de contradicciones y riqueza, y mucho más asombroso las anécdotas autobiográficas con las que la sazona: ¿quién ha podido olvidar a la Amélie limpiando los váter de la empresa, a manera de castigo disciplinar cercano a la milicia? A todas éstas le antecede la breve Cosmética del enemigo (Anagrama, 2003) que me resultó irritante, no por su manejo del absurdo in extremis, sino que pareciera que se le va de las manos, que a uno le es imposible conectar ni crear empatía alguna con ninguno de los dos personajes.
Esta escritora es un bestsellers y es curioso ya convenza tanto a la crítica (que en Francia suele ser muy rigurosa) como a un público gigantesco. El diario Le Figaro realizó una encuesta entre 35 críticos literarios, quedando elegida por todos ellos como su escritor/a favorito de edad inferior a 40 años.
Su estilo es extravagante, mordaz, imaginativo, irreverente, juega con el artificio, pero a la vez se conjuga muy bien con el uso del lenguaje preciso y es indudable, que su literatura posee un mundo propio, que ya puede adivinarse en sus páginas sin necesidad de ver quién lo firma.
Para terminar os dejo un fragmento en donde la autora se autorretrata en su niñez o pubertad, que aparece en:
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Biografía del hambre (fragmento) Estaba extraordinariamente mal hecha. Unas fotografías en la playa así lo atestiguan: una cabeza enorme sobre unos hombros débiles, brazos demasiado largos, un tronco excesivamente grande, unas piernas minúsculas, enclenques y patizambas, el pecho hundido, el vientre hinchado y proyectado hacia delante a causa de una dramática escoliosis, la desproporción reinando como dueña y señora: parecía una anormal. Me daba lo mismo. Nishio-San [su aya] decía que era muy hermosa, con eso me bastaba. En casa vivía atiborrada de belleza humana gracias al espectáculo de mi madre y de mi hermana. Mamá era un esplendor conocido, una religión revelada a la luz de las masas. Me quedaba boquiabierta ante ella como ante una estatua, pero me cebaba todavía más con la hermosura de Juliette, que me resultaba más accesible. Dos años mayor que yo, una encantadora cabecita sobre un cuerpo delicado, fino, con cabellos de hada y expresiones de una frescura desgarradoras, llevaba a la perfección su nombre de niña fatal. Consumir belleza no la alteraba: miraba a mi madre durante horas, podía devorar con los ojos a mi hermana sin que le faltara ningún trozo. Lo mismo ocurría con el placer de contemplar las montañas, los bosques, el cielo y la tierra.

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